Estamos acostumbrados a hablar de los hijos como si se tratase de algo propio, de una “posesión”. Tenemos un coche, tenemos una casa, tenemos un libro, tenemos un perro y... “tenemos cuatro hijos”.
Gracias a Dios, el coche no va a exigir sus derechos, ni va a gritar que no nos quiere. Si no arranca, lo llevamos al taller. Si después de dos semanas de arreglos no funciona, lo vendemos al chatarrero. En cambio, si el niño “no arranca” en la escuela...
Es cierto que los niños nacen dentro de una familia, por lo que resulta natural que la familia asuma la responsabilidad de esa vida que empieza. Pero el niño tiene un corazón, un alma, y eso no es propiedad de nadie. La filosofía nos enseña que el alma, lo más profundo de cada uno, no puede venir de los padres, sino que viene de Dios. Los padres dan a su hijo el permiso para la vida y asumen la hermosa tarea de ayudarle, pero no pueden dominarlo como al coche o al perro.
Entonces, ¿cuál es la actitud más correcta ante el hijo que hoy “camina” a gatas por el pasillo y que pronto empezará a darse coscorrones en la cabeza? ¿Le dejamos hacer lo que quiera? Este era el sueño de Rousseau con su “creatura”, Emilio. No hace falta ser un gran psicólogo para comprender que el niño ideal de Rousseau llegaría a la juventud sólo por obra de un milagro... La realidad es que los padres están llamados a dar una formación profunda, correcta, clara, a sus hijos.
Afortunadamente, la mayor parte de las parejas ven una relación íntima entre su amor y la donación de vida a sus hijos. Por razón del bien de éstos es necesario postular como exigencia moral el ámbito del matrimonio y de la familia como lugar adecuado para la procreación y educación posterior. La transmisión de la vida debe hacerse en un contexto de amor interpersonal, para lo que hay que proteger la célula familiar, pues no se puede afirmar que cualquier individuo en cualquier estado (soltería, celibato, pareja homosexual, viudez) tiene derecho a la procreación. Y ello por la relación que hay entre donación conyugal, transmisión de la vida humana y el bien del hijo, bien cuya realización plena acaece normalmente en el matrimonio, porque ningún otro tipo de relación es capaz de reemplazar convenientemente el ambiente, la estabilidad y la seguridad que un buen Ambiente.
No es lo mismo un niño de dos años que uno de siete, las exigencias deben de ir adaptándose y equiparándose a la edad y características del niño.
Pero desde que son muy pequeños se le debe enseñar a ser responsables, implicarles en las tareas del hogar y favorecer la autonomía personal:
1. Responsabilidades: Consiste en enseñarles a ser consecuentes y responsables de sus actos, ayudarles a asumir que los fracasos forman parte de la vida y que son útiles para aprender de los errores.
Para desarrollar el sentido de la responsabilidad es muy importante que los niños tengan obligaciones adaptadas a su edad y características.
2. Tareas del hogar: Desde que son muy pequeños se les puede implicar en las tareas del hogar, desde poner las servilletas en la mesa, recoger los juguetes, tener ordenada la cartera, etc.
La implicación en estas tareas debe ser mayor a medida que los niños van creciendo.
3. Tareas de autonomía personal: Consiste en enseñarles a ser independientes, desde que son muy pequeños siempre hay algo que los niños pueden hacer solos.
Si los padres hacen todo por los hijos y no les dejan hacer nada por ellos mismos, nunca van a saber qué actividades pueden hacer solos.
Son muchas las áreas en las que los niños pueden colaborar:
. Aseo y vestido: Es necesario crear buenos hábitos en la higiene personal desde que son pequeños.
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